Maribel Iribe Zenil muestra su Último intento en la Feria del Libro de Los Mochis

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Considerado como un libro de relatos cargados de fuerza, violencia y crueldad, esa crueldad que no es precisamente la que esta en boga, como la de lo sicarios y demás. No, una violencia más sutil, la de la vida cotidiana, pues la violencia no solo se manifiesta en las balas, en los golpes, en las torturas y desapariciones, también esta en estas convivencias forzadas en el mal trato diario, en los pequeños detalles y puede ser tan dolorosa y cruel, como las expresiones más dolorosas y escandalosas de la noticias diarias, es como Adriana Vaderrain presentó el libro de cuentos El último intento, de la narradora Mariel Iribe Zenil.

Adriana dijo que con este libro Mariel demuestra su crecimiento como narradora y da un paso muy importante, “son unos cuentos con gran fuerza, muy bien narrados con un buen estilo y considerando que el libro esta editado por la editorial Tierra adentro, tiene proyección nacional y es un paso muy importante para esta joven narradora”.

Dijo que la relación de los cuentos es que comparten rasgos especificaos, puede ser esto en los personajes, espacio, la época, la atmosfera, el narrador, o el tema que es el caso que encontró el tema de fondo.

En los cuentos de El último intento, se resalta un dato que es fundamental y es la aparente monotonía cotidiana tras la cual se esconde un anhelo latente que irradia en la locura.

“Esta obsesión que menciono, es el principal rasgo en común de los cuentos de este libro, en estos vemos como se presenta dentro de los protagonistas algo que los une y que al mismo tiempo los va destruyendo en sentido metafórico pero a veces no tan metafórico”, apuntó Adriana.

“En casi todos los cuentos hay una pareja donde uno es la victima y el otro el victimario pero esto solo es en apariencia pues en el transfondo es posible percibir una ambigua y aferrada lucha por imponer un sentimiento, por defender una posición por acallar un tormento o por insistir con furia en un propósito que termina siendo algo que es muy importante para uno de los protagonistas aunque el resto del mundo no lo entienda”.

Una casa con jardín, Remedios casero, El último intento, El Juego, Planes de boda, La tía Inés, Un recuerdo inolvidable y Un presentimiento son los títulos de los 9 cuentos que forman este libro.

Por su parte la autora dio lectura a alguno relatos los cuales están llenos de una gran crudeza expresiva, en los se sumerge en la fantasía asida siempre a los lazos de la realidad.

Mariel Iribe leyó parte de su obra en cuentos y demostró ante un selecto público de amantes de la literatura, que sabe usar las palabras y, mediante ellas, crear ambientes y sumergir a los presentes en mundos interiores reflejando una verdad que se dice sin tapujos.

Inició leyendo Cine Veracruz en el que la oscura e inasible situación de enamoramiento entre una abuela con su nieto, y el padecimiento del mal de Alzheimer, en tanto que en La tía Inés, una bailarina de voudevil narra cómo se sumergió en ese mundo, al seguir los pasos de la tía Inés, y de la subvertida relación entre ambas mujeres en ese mundo oscuro y sin cortapisas.

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El último intento: las humillaciones asumidas en nombre del amor

LA JORNADA

  • Conjunto de narraciones de Mariel Iribe Zenil que desmienten el ideal romántico de las relaciones de pareja
  • La autora ha sido incluida en las antologías Cuadernos de periodismo Gonzo, La letra en la mirada, A fin de cuentos Lados B

Encascaradas en los límites hogareños ocurren las nueve historias que dan cuerpo a El último intento, conjunto de narraciones que desmienten todo ideal romántico de las relaciones de pareja, a la par que revelan la dinámica real en que ocurren: la del juego.

Todo juego tiene las mismas características, cuando dos o más partes actúan con opuestos, o al menos distintos intereses y deseos, la consecuencia es siempre por fuerza una competencia.

¿Pero cómo sucede esto? Son tan sutiles las travesías de cada individuo como puede apreciarse en este volumen de cuentos. El más elocuente es El juego. Un matrimonio joven va llegando a su departamento luego de hacer las compras. En la puerta del edificio se encuentran a un muchacho que también vive ahí, y el marido suelta casi ingenuamente la pregunta ¿te gusta el vecino, verdad? Poco rato después ella terminará por confesar, en un arrebato de honestidad que sí. La sospecha se ha sembrado. Más tarde él sale con un vecino, al volver se establece un juego de identidades, él finge ser el amante de su mujer, ella se inquieta pero sigue el juego, en el cual terminarán perdiendo y recuperando.

En una casa con jardín, Daniel, el esposo de Victoria, jugará a ser superhéroe. Sin otro súper poder que el deseo de mantener a su mujer contenta y ayudar a sus hijos a realizarse, empeñará su tranquilidad en impagables préstamos para emprender la restauración del hogar familiar aferrado a la ilusión de que eso les devolverá la felicidad matrimonial. Para sí, solamente reclama un jardín, un espacio que ha ido construyendo poco a poco, el sitio de su más pleno regocijo. Su posibilidad de sobrevivir. Para Victoria nada será suficiente, cada sacrificio sólo abre nuevas exigencias, uno calla y cede, la otra reclama sin fin. ¿Qué puede detonar y liberar a una pareja así?

Lo primero que hace Juvencio Cruz cada mañana al despertar es estornudar ocho veces consecutivas, mientras su esposa, Minga, riendo los va contando mientras camina por la casa. Lo segundo es recordar que no ha dormido porque ella no tolera la luz de la Luna. Duerme con un martillo, clavos y una cobija que va clavando a lo largo de la noche conforme los rayos se vayan colando. Desde sus años de no dormir, Daniel la observa sonreír cada día, a cualquier hora. Sólo siente odio por ella y apego hacia su machete. Matar o seguir. ¿Cuál es la meta de ese juego?

No es la posibilidad del amor lo que se explora, sino los límites del ser humano para poder conservarse a sí mismo y ser capaz también de acceder a una experiencia marcada por ritos y expectativas. La lucha es terrible en el cuento Planes de boda que es un recorrido a través de las horas previas a que contraigan matrimonio Álvaro y Matilde. Enmarcadas por el anhelo, la ilusión y el amor esas horas también abren las puertas a cada demonio íntimo del protagonista.

Con la pregunta: “¿De veras quiere que le cuente?” inicia el cuento La tía Inés, y en ese instante el lector ya está lanzado a la aventura de saber lo que ahí va a decirse, y al mismo tiempo sabe que le espera una historia poco usual. La narración que se desarrolla entre olores a sábanas de hotel de paso, entre susurros de cuerpos y deseos fervientes. La tía Inés dedicó su vida a trabajar apasionadamente en el hotel El Principal, porque a pesar de llevar una vida provinciana, la tía hacía lo que se le daba la gana. No pudo existir un sitio que le diera más sentido a su existencia. La tía Inés es sin duda un personaje que vive como en un juego de espejos, necesita ver para ser.

El último intento implica navegar por los agujeros negros de los individuos que deciden significar sus vidas desde el amor. Salen a nuestro encuentro hombres y mujeres superados, asfixiados en y por sí mismos, sin que se den cuenta o con toda conciencia de que han debido doblegarse.

Mariel Iribe Zenil nació en Veracruz en 1983, estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Occidente y Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Autónoma de Sinaloa. Ha publicado en las antologías: A fin de cuentosLa letra en la miradaCuadernos de periodismo Gonzo Lados B (Editorial NitroPress, 2011). Fue becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Sinaloa.

El último intento, Mariel Iribe Zenil, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), Fondo Editorial Tierra Adentro; México, 2013.

Irad Nieto escribe sobre El último intento

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En alguno de sus ensayos el escritor argentino Ricardo Piglia afirma que “el cuento se construye para hacer aparecer artificialmente algo que estaba oculto. Reproduce la búsqueda siempre renovada de una experiencia única que nos permita ver, bajo la superficie opaca de la vida, una verdad secreta.” Tiene razón Piglia: es esa iluminación la que termina por dar forma a un cuento. Si éste no consigue iluminar una región oscura de la vida, incluso para oscurecerla aún más, será quizás un buen ejercicio de redacción, pero no merece el nombre de cuento. Para escribir relatos se requiere oficio, disciplina, escribir y reescribir; además, para desgracia de quienes alguna vez lo intentamos o aquellos que lo intentarán, talento. Lo primero se obtiene con el continuo trabajo y fracaso de la escritura; lo segundo, si no estoy mal, por ningún lado. Se requiere una inteligencia especial, la perspicacia y el olfato del narrador, para descubrir una historia sepultada por otra historia. Una imaginación y una actitud despiertas para atrapar aquello que apenas se anuncia o se asoma en nuestra vida cotidiana.

En “Remedios caseros”, por ejemplo, uno de los cuentos reunidos en este libro de Mariel Iribe, se nos cuenta la historia más o menos apacible de una pareja veracruzana, del campo, que un día decide tener un hijo por todos los medios. Como lectores asistimos a lo que podría ser una anécdota trivial acerca de cómo una pareja, en la búsqueda de un embarazo, se entrega a los más diversos remedios caseros, desde tomar una taza de agua con jugo de limón, probar la falsa raíz de unicornio, hasta beber un brebaje con linaza en polvo y té de damiana para fortalecer el útero, en el caso de la mujer. Conforme avanzamos, el relato se desarrolla sin mayores sobresaltos en un ambiente doméstico y campirano de lo más ordinario. Es en el parto donde nos aguarda una sorpresa, el momento en que Mariel, a través de su narrador y de una gran elipsis, nos descubre la otra historia, el desenlace que no esperábamos. La autora puso tal esmero en narrar con detalles, a lo largo del cuento, las preocupaciones más comunes de una pareja, que logra ocultar y luego desocultar al final, con pericia, el otro relato.

Lo mismo ocurre con el cuento “El último intento”, que da nombre al libro. En esta pieza narrativa, una de las más breves e intensas, se describe el cotidiano hastío de una pareja que convive en una extraña y tensa calma. Luego de despertar y levantarse de la cama, el hombre tenía la manía de estornudar chillonamente ocho veces, según las cuentas de su mujer, quien caminaba por la casa contando los molestos estornudos de su esposo. Ella no toleraba el menor atisbo de la luz de la luna y guardaba cada noche bajo la almohada un martillo para clavar trapos en las ventanas, si es que un resplandor osara atravesar por alguna de ellas. Para el marido, el ruido del martillo durante la noche se convirtió en algo intolerable; llevaba años sin dormir bien a causa del infernal golpeteo que se repetía cada madrugada. “Los clavos perforaban su cabeza, el rechinar del catre hacía estragos en el silencio cada vez que ella daba un salto hacia la ventana…”. Apoyados en la voz de un narrador omnisciente, los lectores de pronto estamos inmersos en los recuerdos del marido, y somos testigos de su malestar:

Le era inevitable pensar en sus murmullos. Apenas cruzaba los pasillos, crecía el bullicio de los platos al caer uno sobre otro, y como inmensas marejadas, el ruido se iba adentrando en las paredes de los cuartos. Mientras la contemplaba recostada, casi inconsciente, recordó el escándalo de los engranes del molino; ella se empeñaba en triturar el maíz sin importarle que fuera la hora de su siesta. Siempre al sentarse a la mesa, el ruido le provocaba vértigo y constantes mareos.

Puede decirse que con los años se había incubado un cansancio silencioso, tímido, tolerado, nunca discutido. Un agotamiento que sólo podía crecer con el tiempo. El hombre añoraba la calma, la vida sin ruidos, la posibilidad de oír el paso de una mosca, incluso imaginaba a su mujer muerta, en silencio. Pero cuando se le presenta la oportunidad para deshacerse de ella, machete en mano, renuncia, le perdona la vida. Por cobardía o por lástima, ni él mismo lo sabe.

De nueva cuenta, a lo largo de cinco páginas, mientras se nos narra una primera historia que coloca como protagonista al marido, se va tejiendo con maestría una segunda. Cuando estábamos distraídos en un plano del relato, cuando creíamos que el rencor, el hastío o la intolerancia estaban en una parte, resulta que anidaban, secretamente, en otra. La estrategia narrativa de Mariel Iribe en este cuento, como en “Remedios caseros”, “Cine Veracruz o “Planes de boda”, consiste en narrar puntualmente una historia mientras va construyendo otra sigilosamente, que emerge a la superficie sólo hasta el final. En el último párrafo de este cuento, en sólo seis líneas, la autora logra asestarnos un golpe contundente al hacer aparecer, en un instante, la consumación de esa historia hermética. El epígrafe que nos introduce de manera perfecta a este cuento dice: “Hay hombres honrados que se pasan toda la vida preparando un supremo acto de traición” (Mario Puzo). Y yo digo que hay cuentos que se pasan todas sus páginas preparándonos, a través de un camino lleno de distracciones, para un golpe maestro. Este es uno de ellos.

Los cuentos reunidos en el libro El último intento (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2013), de Mariel Iribe, se desarrollan, casi todos, en espacios tan familiares y reducidos como casas, recámaras o incluso algún departamento. Son historias que han surgido de la escucha y la observación de la vida cotidiana, pero también de la introspección. Imagino a Mariel conversando, atenta a lo que se le cuenta, a sus detalles, pero tramando al mismo tiempo la historia perversa que subyace a esa conversación. Sabe que siempre hay algo que no se dice; y en ese silencio, en esa zona de inefable oscuridad, puede estar el origen de un nuevo cuento.

Los protagonistas de estas historias son personajes ordinarios y agobiados por el peso de la rutina y una de sus nefastas consecuencias: el fastidio. Ambos, la rutina y el fastidio, juegan un rol importante en los relatos de este libro; muchas veces determinante para la trama de los mismos y el comportamiento de los personajes, quienes, para recobrar la libertad perdida o simplemente para volver a sentirse vivos, recurren a la fuga, el embarazo, el asesinato, las fantasías de infidelidad o el sexo con alguna sobrina. Antes que narrar grandes acciones de grandes héroes, Mariel elige pequeñas historias para introducirnos en las tensiones psicológicas y emocionales que experimentan sus personajes como resultado de la relación con sus seres más “queridos”. Por eso el hogar suele constituir su laboratorio narrativo. “La familia puede ser verdadera casa natal o un lívido infierno”, escribe Claudio Magris.

Los criterios, juicios y recomendaciones que expresamos los lectores, coincido con Virginia Woolf, se filtran en el aire y son parte de la atmósfera que respiran los escritores cuando trabajan. Se crea una influencia que los alcanza y los afecta en el modo en que escriben y los temas que desarrollan. La narrativa de Mariel Iribe, como la de todos los cuentistas, debe algo a Chéjov. Pero mientras éste pone el énfasis en la descripción distanciada de sus personajes, cómo aman, se casan, tienen hijos y mueren, Mariel se obstina en traer al frente la vida interior de los mismos: sus conflictos, manías, culpas, alucinaciones, traumas y perversiones, como lo hace Joyce Carol Oates. Si lo más importante es aquello que no se cuenta; si el rumor del silencio es la materia que en verdad moldea a un cuento, entonces los relatos de El último intento, sobre todo por sus estrategias, también son deudores de Ernest Hemingway.

La escritura de estos autores, incluido acaso el realismo doméstico de Margaret Atwood, debió filtrarse en el aire que respiró Mariel mientras escribía estas nueve historias. El último intento es su primer libro de cuentos y nos muestra ya a una escritora con un universo temático más o menos definido, con habilidad en la utilización de diversos enfoques y voces narrativas, con un sentido del suspenso, así como una prosa fluida, sencilla, que ha sido trabajada con la paciencia del que reescribe una y otra vez, cuyo tono siempre está al servicio de sus personajes. Pero lo que más admiro de Mariel Iribe, insisto, y esa cualidad se refleja en este libro, es esa capacidad que tiene como narradora de retorcer una historia, de construir en secreto, bajo la superficie, la verdad de la otra. En el arte del cuento, toda historia esconde otra historia; un cuento siempre será la ausencia de otro cuento.

Sylvia Aguilar escribe sobre El último intento

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Hace un par de años comencé un proyecto. Se trata de un libro de ensayos sobre narradoras mexicanas nacidas después de los años 70. Mi proyecto hasta ahora ha completado solo dos fases: 1) he buscado y comprado obra en cuento y novela de escritoras de esta generación y 2) las he leído. Tengo escrito ya un ensayo que comprende a: Liliana Pedroza, Nadia Villafuerte e Itzel Guevara; uní a estas tres autoras porque encontré algo en común con ellas.

Me enfrento ahora a otro grupo de autoras que, cada una a su modo, explora el ser mujer. O, más bien, el ser mujer bajo términos mucho más complejos que los que dicta la sociedad. Este es el caso de Mariel Iribe ZenilSe trata de su primer libro de cuentos pero es esta una autora leída aquí y allá gracias a su inclusión en antologías comoLados B de Nitro-Press y Cuadernos de periodismo Gonzo, de Almadía, entre otras. Mariel Iribe Zenil tiene un pasado periodístico, cubrió por algunos años la nota roja en Sinaloa, una labor que en principio le fue negada por, oh claro, ser mujer. Pero Iribe Zenil como periodista y como narradora se ha ido forjando un camino sólido. Ha sido becaria del Fondo Estatal y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en México y actualmente es profesora de la Universidad Autónoma de Sinaloa.

La de Mariel Iribe es una narrativa aguda que se esconde bajo el escenario de lo doméstico.El último intento es, por momentos, un close-up al espacio más íntimo: al de la pareja. Pienso en lo que ocurre en “Una casa con Jardín” donde la casa y su desarrollo y su construcción y su remodelación se vuelve aquello bajo lo que sucumbe un matrimonio y, por supuesto, un jardín. El deseo de la esposa de tener más se vuelve la carga del esposo que cada vez tiene menos.

Uno de los logros de El último intento es el acercamiento al espacio pequeño, la intimidad de la habitación, el departamento, la casa en el ejido, el pueblo, la memoria. En medio de una narrativa que una y otra vez construye las grandes ciudades y los terrores de la urbe, se agradece que en estos cuentos la atención esté puesta a lo que nunca vemos o que por tanto ver obviamos. “Remedios caseros” es ejemplo de ello, ¿en dónde si no en las tradiciones del pueblo, en las oraciones del Padre de la vieja iglesia encontrarían Sara y Joaquín los remedios necesarios para poder concebir un bebé? Baños de agua mineral, tés de falsa raíz de unicornio, jugo de limón, linaza en polvo, extractos de calígula… Sara lo prueba todo para cumplir su deseo –o acaso su obligación– de traer un hijo al mundo.

Las relaciones de pareja, los juegos de pareja, la exploración de fantasías, los secretos, los recuerdos justo antes que se borren son solo algunos de los temas que Mariel Iribe Zenil explora con una tranquila y aparente dulzura. El lector habrá de descubrir que detrás de estas páginas, bajo cada línea se esconde esa violencia, esa oscuridad que toda familia niega tener y que silencia a fuerza de rutina.

NOMÁS NO ME QUITEN LO POQUITO QUE TRAIGO: SITUACIÓN NARRATIVA Y TEMPORAL.

Mariel Iribe Zenil

Si hablamos de literatura contemporánea mexicana, indudablemente debemos de mencionar a Eduardo Antonio Parra (Guanajuato, 1965), considerado uno de los escritores más importantes del país en la actualidad y quien se caracteriza por plantearle al lector una realidad cruel, descarnada, consecuencia de los estragos de la violencia en el norte de México, siempre con un estilo muy personal, producto de una brillante conjunción de técnica, oficio y sórdidas historias.

Nacido en Guanajuato, aunque avecindado durante varios años en Linares, Nuevo Laredo, Ciudad Juárez y Monterrey y la Ciudad de México, donde reside actualmente, se dedicó por un largo tiempo a la edición de la sección de nota roja, una experiencia que lo llevaría a situar sus cuentos en espacios fronterizos, precisamente en donde, por circunstancias de violencia inherente a éstos, los personajes se vuelven más vulnerables. Como el mismo Parra sostiene: “Siempre he pensado que México es un país muy violento, que tiene un tradición de violencia desde que nació. En el norte es una violencia más seca. Acá somos más directos, más rudos, más encarados”. (Eduardo, 2010).

Y es precisamente lo “directo”, lo “rudo” y lo “encarado” lo que se puede apreciar en sus textos, los cuales se caracterizan por mostrar mundos marginales y personajes que se desenvuelven en un entorno de violencia que los orilla a degradarse, despojados de toda máscara para dejar a seres humanos auténticos: con miedos, deseos y sueños como los de cualquier otro, pero que cuando son llevados al límite revelan sus más ocultas debilidades.

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Contrabando, de la realidad a la literatura: una obra que no pierde vigencia.

Mariel Iribe Zenil

Las dos de la mañana. Primero unos tiros aislados y luego una ráfaga de metralleta nos despierta obligándonos a ponernos pecho tierra. Estamos desorientados. No sabemos de dónde vienen los disparos. Lo único que sé es que al saltar de la cama me lastimé de nuevo la rodilla. Siento un dolor intenso y al voltear al techo observo el resplandor de las armas de fuego. Cuando se detiene la descarga se escuchan voces y risas muy cerca de nuestra ventana. Después varias camionetas queman llanta y en cuestión de segundos desaparecen. Vuelve el silencio, pero no por mucho tiempo. La misma escena de disparos y camionetas dando vueltas con corridos como música de fondo, se repite una y otra vez hasta las seis de la mañana…

Dos días después de una experiencia como ésta, los únicos sentimientos posibles son el miedo de que vuelva a suceder, la impotencia y la indignación ante un gobierno, en todos los niveles, derrotado de antemano por el crimen y muchas veces su servicial cómplice. ¿Se puede vivir con apatía ante una situación así? Desafortunadamente la mayor parte de la gente de este país así lo hace. Pero, ¿cuál debe ser la postura de un escritor ante aquello de lo que es testigo? Por supuesto, puede negarse a practicar un estilo realista y tratar estos temas de manera velada o metafórica; o incluso puede optar por ignorar el problema y construir una obra intimista, sin embargo —y sin ánimo de volver a esa sobada discusión sobre el deber social de los intelectuales— creo que un escritor, sobre todo si va comenzando su proceso, debe ser cuidadoso en la elección de sus temas y no preocuparse solamente por la forma, a qué puede responder con mejor condición: ¿a sus impulsos internos o a los estímulos del exterior?

En lo personal, Hemingway, Kapuscinski y Capote fueron parte fundamental de mi revolución interna por, precisamente, haber asumido una actitud crítica y estética ante la violencia de la que fueron testigos. El primero, en Muerte en la tarde, habla así sobre sus primeros intentos como escritor: “Me esforzaba para aprender el arte de escribir comenzando por las cosas simples; y una de las cosas más simples y fundamentales de todas, es la muerte violenta”.

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Presentación de «La letra en la mirada»

Aquí les dejo la nota de Elizabeth Gámez, del periódico Noroeste.

Voces diversas, variedad temática y estilística reúne el libro La letra en la mirada, antología que forma parte de la colección Palabras del Humaya segunda época y que fue comentado por César López Cuadras y J.M. Servín.
Puntual, López Cuadras emitió un comentario para cada uno de los 12 autores que participan en la publicación.


«Lo interesante del volumen es que reúne voces muy diversas, llama mucho la atención que gente que participa aquí es gente que se mueve en diferentes recursos, quizá sea por asuntos meramente generacionales. Las voces no suenan todas igual y creo que es un mérito del volumen, porque reunir diversidad de voces es algo que se aprecia», consideró el narrador sinaloense.

Dijo que le hubiera gustado que la obra fuera acompañada del criterio que se siguió para hacer la selección, aunque domina la crónica en los trabajos de Miguel Ángel Alcaraz, Mariel Iribe, Eduardo Ruiz, Irad Nieto, Óscar Paúl Castro, Jesús Manuel Rodelo, Ricardo Baldor Isidoro, Javier Valdez Cárdenas, José Alfredo Beltrán, Nelly Sánchez, Elizabeth Valdez y Eduardo Valdez.

Ante una sala del Casino de la Cultura llena, López Cuadras, quien se dijo poco frecuentador de la crónica, percibió la propuesta de Tapia como alegórica, al referirse a dos personas que como él dejaron la ciudad, mientras que se sintió atraído por De encuentros, de Iribe, porque no es la crónica lineal y sorprende al lector.
En cambio, La voz de los que hicieron callar sin razón, de Ruiz, dijo que no es propiamente una crónica y que tiene una estructura narrativa sumamente compleja.

El trabajo de Nieto, quien relata la evolución de él como lector, le pareció transparente y claro, así como uno de los textos mejor elaborados en términos de técnica, igual que el de Castro.
Corre, corre, corre, de Rodelo, añadió el autor de Cástulo Bojórquez, es una crónica casi periodística en la que el lector se ve involucrado; mientras que Baldor Isidoro abordó un tema parecido al de Nieto, es decir, su relación con los libros.

En su crónica No te levantes, no te asomes, no respires, Valdez Cárdenas no es un periodista que da cuenta de los hechos que sucedieron, sino cómo viven íntimamente los ciudadanos el último día del año con «la tracatera».
López Cuadras comentó que Crónicas papales, de Beltrán, fue de los textos que más le movieron, aunque no se refería a términos elogiosos.

Dos vidas convertidas en basura le pareció una de las crónicas más vívidas, pues Sánchez retrata a lo que puede llegar la condición humana para sobrevivir en situaciones miserables.

Del trabajo de Valdez, Dos piratas de parranda, dijo que trata sobre el «numerito» del reencuentro de Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat que se ha repetido no sólo aquí en esta ciudad.

Cualidades y carencias
J.M. Servín destacó el poder de convocatoria de la presentación de La letra en la mirada, pese, dijo, a que no cuenta con autores consagrados.
El escritor dijo que el libro tiene sus cualidades y carencias, y que para quienes se pregunten qué es una crónica la publicación va a despertar muchas interrogantes.
Añadió que uno de los requisitos de la crónica es resolver cinco preguntas básicas: qué, quién, cómo, cuándo y dónde, y que de los 12 textos reunidos por lo menos seis no resuelven estas interrogantes.
Por ejemplo los que narran el acercamiento con la lectura él los dejaría fuera en el término de la crónica y simplemente los consideraría testimonio personal.
«Encuentro aquí textos que tienen un alto valor periodístico como crónica y que incluso uno de ellos, que son estas crónicas sobre el Papa Juan Pablo II, me parece que es un texto interesantísimo, que cumple con todas las características de la crónica canónica», agregó.
Otros escritos que Servín consideró propositivos fueron los de Rodelo, Javier Valdez y el de Iribe.

AUTORES
Participan en ‘La letra en la mirada’:
-Miguel Ángel Alcaraz, Mariel Iribe, Eduardo Ruiz, Irad Nieto, Óscar Paúl Castro, Jesús Manuel Rodelo, Ricardo Baldor Isidoro, Javier Valdez Cárdenas, José Alfredo Beltrán, Nelly Sánchez, Elizabeth Valdez y Eduardo Valdez.

Palabras del Humaya

Sobre la colección del Ayuntamiento, «Palabras del Humaya» (nueva época), Ulises Cisneros, conductor de «Las Alas del Caballo» (Radio UAS), comenta lo siguiente:

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Palabras del Humaya

La reciente compilación en junio de tres nuevos títulos de la colección “Palabras del Humaya”, promovida por el Ayuntamiento de Culiacán a través de su Instituto Municipal de Cultura, refrenda la importancia que para el ámbito literario de Sinaloa tiene dicho espacio editorial en la difusión de las obras de nuestros escritores.

Los ensayos del libro “Defensa de la demora”, de Frank Meza; los cuentos de Everardo Mendoza en “Otra vez el silencio” y la antología de crónicas, “La letra en la mirada”, completan 24 publicaciones al hilo, caracterizadas por su calidad literaria y un exhaustivo trabajo de criterio editorial que no agota la posibilidades de incluir otras obras propuestas, debido al interés de los escritores de sumarse a la colección.

Bajo la advertencia de que “los libros hay que releerlos tan pausada y cautelosamente como fueron escritos”, Frank Meza despliega en nueve ensayos una amplia reflexión sobre el ejercicio de la lectura en “Defensa de la demora”.

Para el caso, acude a los poemas de Eduardo Lizalde, Francisco Hernández y Gilberto Owen y al Diccionario Crítico de la Literatura Mexicana (1955-2005), entre otros textos, para bordar sobre la necesidad de la demora en el proceso de creación y análisis literario, la inevitable distancia que se establece entre lo leído y las cavilaciones al respecto del lector. Esta obligatoriedad de pausas que estimula “edificar la capacidad de asombro”.

Agudo y disciplinado lector, Frank Meza es un joven poeta y ensayista que hace de su pasión por la lectura un ejercicio de trabajo. Coordinador general del programa “Sinaloa, un estado de lectores” en el Instituto Sinaloense de Cultura, desde hace unos años ha porfiado en el cometido de fomentar el gusto y hábito de leer entre los niños y jóvenes.

La experiencia obtenida en las decenas de círculos de lectura y talleres que promueve en los diversos niveles educativos le permiten establecer sólidas conclusiones respecto a cómo llegar a nuevos públicos lectores que, ante el entorno cibernético, obvian tomar los libros y ejercer la imaginación que da el pensamiento.

Tanto por su valor empírico como por su continua investigación sobre el proceso de leer, Meza conjuga una visión que deviene en la analogía de considerar al crítico literario como un “cartógrafo de archipiélagos al que le interesan tanto los litorales de la isla como el mensaje de humo proveniente de tierra adentro”, la certeza del contacto entre el autor y el lector.

Eso mismo le permite afirmar sin ambages que los seres humanos somos de algún modo, predeterminados por los libros. Huelga el ejemplo de las obras religiosas, La Biblia o El Corán, y de toda aquella obra que haya transformado por su conmoción interna el pensamiento de cualquier persona.

Renglón aparte, los siete cuentos que forman el libro “Otra vez el silencio” de Everardo Mendoza recrean el habla cotidiana de nuestra gente. Sorprendería que el maestro, doctor en lingüística y uno de nuestros más avezados investigadores filológicos, se aventurase por la recreación del léxico popular en unas tramas narrativas. La sospechosa sencillez que se distingue como el tono común de los textos es en realidad el mayor mérito de estas obras.

En ello, Everardo es un profundo conocedor. Durante años se ha dedicado a la investigación lingüística y se ha especializado en rastrear el uso del español en el Norte de México y, en particular, en Sinaloa, siguiendo la pista de los arcaísmos novohispanos que, sin embargo, son de uso común en numerosos grupos de hablantes, como anarcarse y repecharse, entre otros que saltan a la vista en sus cuentos.

En especial, el cuento de “Los chirrines” es de una semejanza estructural y fonética a la del corrido norteño, “Un puño de tierra” y, bajo tal referente, relata con las palabras de la gente común el sentido trágico de las coplas que se funde en la síntesis de la historia que se cuenta de Bernabé Serrano.

Miembro del Seminario de Cultura Mexicana, del Sistema Nacional de Investigadores y de la Academia Mexicana de la Lengua, la trayectoria profesional y académica de Everardo es de una gran consistencia. Su gusto por el cuento proviene desde su adolescencia, y prueba de ello son las tres publicaciones que anteceden a “Otra vez el silencio”.

Por otra parte, “La letra en la mirada” es una antología de crónicas de 12 autores: Miguel Tapia Alcaraz, Mariel Iribe Zenil, Eduardo Ruiz Sosa, Irad Nieto, Óscar Paul Castro, Jesús Manuel Rodelo, Ricardo Baldor, José Alfredo Beltrán, Nelly Sánchez y Elizabeth, Javier y Eduardo Valdez.

A partir de la ficción o de la realidad misma, los textos que componen este libro refieren la pluralidad de miradas de nuestros escritores sobre los sucesos que nos acalambran o nos dejan desapercibidos.

Cinco de ellos son periodistas y el resto, ensayistas, poetas y narradores. La conjugación de sus obras nos refiere el nervio tenso de la realidad que sacude, la angustia de vivir, el descalabro de las ilusiones y el aliento de la esperanza a pesar de todas las calamidades.

Voces diversas, miradas distintas, la antología es una muestra del ejercicio crítico que prevalece en el género de la crónica, aun cuando sus pasajes vayan de la literatura al periodismo, de lo lato a lo inmediato, y viceversa. Cada uno de sus autores se ha curtido en la tarea de escribir y, con frecuencia, leemos sus textos en revistas, libros o periódicos. El acierto que se tuvo en reunirlos demuestra la pujanza de la escritura en Sinaloa.

Bajo la dirección de Papik Ramírez en el Instituto Municipal de Cultura Culiacán, el trabajo editorial de Maritza López y el diseño de Alejandro Mojica, la colección “Palabras del Humaya” se fortalece con estas nuevas ediciones. La expectativa de los escritores sinaloenses de incluir sus obras en ella es una certidumbre por parte de la representación institucional. El reconocimiento expreso al Ayuntamiento de Culiacán por este mérito es consecuente.