Maribel Iribe Zenil muestra su Último intento en la Feria del Libro de Los Mochis

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Considerado como un libro de relatos cargados de fuerza, violencia y crueldad, esa crueldad que no es precisamente la que esta en boga, como la de lo sicarios y demás. No, una violencia más sutil, la de la vida cotidiana, pues la violencia no solo se manifiesta en las balas, en los golpes, en las torturas y desapariciones, también esta en estas convivencias forzadas en el mal trato diario, en los pequeños detalles y puede ser tan dolorosa y cruel, como las expresiones más dolorosas y escandalosas de la noticias diarias, es como Adriana Vaderrain presentó el libro de cuentos El último intento, de la narradora Mariel Iribe Zenil.

Adriana dijo que con este libro Mariel demuestra su crecimiento como narradora y da un paso muy importante, “son unos cuentos con gran fuerza, muy bien narrados con un buen estilo y considerando que el libro esta editado por la editorial Tierra adentro, tiene proyección nacional y es un paso muy importante para esta joven narradora”.

Dijo que la relación de los cuentos es que comparten rasgos especificaos, puede ser esto en los personajes, espacio, la época, la atmosfera, el narrador, o el tema que es el caso que encontró el tema de fondo.

En los cuentos de El último intento, se resalta un dato que es fundamental y es la aparente monotonía cotidiana tras la cual se esconde un anhelo latente que irradia en la locura.

“Esta obsesión que menciono, es el principal rasgo en común de los cuentos de este libro, en estos vemos como se presenta dentro de los protagonistas algo que los une y que al mismo tiempo los va destruyendo en sentido metafórico pero a veces no tan metafórico”, apuntó Adriana.

“En casi todos los cuentos hay una pareja donde uno es la victima y el otro el victimario pero esto solo es en apariencia pues en el transfondo es posible percibir una ambigua y aferrada lucha por imponer un sentimiento, por defender una posición por acallar un tormento o por insistir con furia en un propósito que termina siendo algo que es muy importante para uno de los protagonistas aunque el resto del mundo no lo entienda”.

Una casa con jardín, Remedios casero, El último intento, El Juego, Planes de boda, La tía Inés, Un recuerdo inolvidable y Un presentimiento son los títulos de los 9 cuentos que forman este libro.

Por su parte la autora dio lectura a alguno relatos los cuales están llenos de una gran crudeza expresiva, en los se sumerge en la fantasía asida siempre a los lazos de la realidad.

Mariel Iribe leyó parte de su obra en cuentos y demostró ante un selecto público de amantes de la literatura, que sabe usar las palabras y, mediante ellas, crear ambientes y sumergir a los presentes en mundos interiores reflejando una verdad que se dice sin tapujos.

Inició leyendo Cine Veracruz en el que la oscura e inasible situación de enamoramiento entre una abuela con su nieto, y el padecimiento del mal de Alzheimer, en tanto que en La tía Inés, una bailarina de voudevil narra cómo se sumergió en ese mundo, al seguir los pasos de la tía Inés, y de la subvertida relación entre ambas mujeres en ese mundo oscuro y sin cortapisas.

Enlace

El último intento: las humillaciones asumidas en nombre del amor

LA JORNADA

  • Conjunto de narraciones de Mariel Iribe Zenil que desmienten el ideal romántico de las relaciones de pareja
  • La autora ha sido incluida en las antologías Cuadernos de periodismo Gonzo, La letra en la mirada, A fin de cuentos Lados B

Encascaradas en los límites hogareños ocurren las nueve historias que dan cuerpo a El último intento, conjunto de narraciones que desmienten todo ideal romántico de las relaciones de pareja, a la par que revelan la dinámica real en que ocurren: la del juego.

Todo juego tiene las mismas características, cuando dos o más partes actúan con opuestos, o al menos distintos intereses y deseos, la consecuencia es siempre por fuerza una competencia.

¿Pero cómo sucede esto? Son tan sutiles las travesías de cada individuo como puede apreciarse en este volumen de cuentos. El más elocuente es El juego. Un matrimonio joven va llegando a su departamento luego de hacer las compras. En la puerta del edificio se encuentran a un muchacho que también vive ahí, y el marido suelta casi ingenuamente la pregunta ¿te gusta el vecino, verdad? Poco rato después ella terminará por confesar, en un arrebato de honestidad que sí. La sospecha se ha sembrado. Más tarde él sale con un vecino, al volver se establece un juego de identidades, él finge ser el amante de su mujer, ella se inquieta pero sigue el juego, en el cual terminarán perdiendo y recuperando.

En una casa con jardín, Daniel, el esposo de Victoria, jugará a ser superhéroe. Sin otro súper poder que el deseo de mantener a su mujer contenta y ayudar a sus hijos a realizarse, empeñará su tranquilidad en impagables préstamos para emprender la restauración del hogar familiar aferrado a la ilusión de que eso les devolverá la felicidad matrimonial. Para sí, solamente reclama un jardín, un espacio que ha ido construyendo poco a poco, el sitio de su más pleno regocijo. Su posibilidad de sobrevivir. Para Victoria nada será suficiente, cada sacrificio sólo abre nuevas exigencias, uno calla y cede, la otra reclama sin fin. ¿Qué puede detonar y liberar a una pareja así?

Lo primero que hace Juvencio Cruz cada mañana al despertar es estornudar ocho veces consecutivas, mientras su esposa, Minga, riendo los va contando mientras camina por la casa. Lo segundo es recordar que no ha dormido porque ella no tolera la luz de la Luna. Duerme con un martillo, clavos y una cobija que va clavando a lo largo de la noche conforme los rayos se vayan colando. Desde sus años de no dormir, Daniel la observa sonreír cada día, a cualquier hora. Sólo siente odio por ella y apego hacia su machete. Matar o seguir. ¿Cuál es la meta de ese juego?

No es la posibilidad del amor lo que se explora, sino los límites del ser humano para poder conservarse a sí mismo y ser capaz también de acceder a una experiencia marcada por ritos y expectativas. La lucha es terrible en el cuento Planes de boda que es un recorrido a través de las horas previas a que contraigan matrimonio Álvaro y Matilde. Enmarcadas por el anhelo, la ilusión y el amor esas horas también abren las puertas a cada demonio íntimo del protagonista.

Con la pregunta: “¿De veras quiere que le cuente?” inicia el cuento La tía Inés, y en ese instante el lector ya está lanzado a la aventura de saber lo que ahí va a decirse, y al mismo tiempo sabe que le espera una historia poco usual. La narración que se desarrolla entre olores a sábanas de hotel de paso, entre susurros de cuerpos y deseos fervientes. La tía Inés dedicó su vida a trabajar apasionadamente en el hotel El Principal, porque a pesar de llevar una vida provinciana, la tía hacía lo que se le daba la gana. No pudo existir un sitio que le diera más sentido a su existencia. La tía Inés es sin duda un personaje que vive como en un juego de espejos, necesita ver para ser.

El último intento implica navegar por los agujeros negros de los individuos que deciden significar sus vidas desde el amor. Salen a nuestro encuentro hombres y mujeres superados, asfixiados en y por sí mismos, sin que se den cuenta o con toda conciencia de que han debido doblegarse.

Mariel Iribe Zenil nació en Veracruz en 1983, estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Occidente y Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Autónoma de Sinaloa. Ha publicado en las antologías: A fin de cuentosLa letra en la miradaCuadernos de periodismo Gonzo Lados B (Editorial NitroPress, 2011). Fue becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Sinaloa.

El último intento, Mariel Iribe Zenil, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), Fondo Editorial Tierra Adentro; México, 2013.

Irad Nieto escribe sobre El último intento

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En alguno de sus ensayos el escritor argentino Ricardo Piglia afirma que “el cuento se construye para hacer aparecer artificialmente algo que estaba oculto. Reproduce la búsqueda siempre renovada de una experiencia única que nos permita ver, bajo la superficie opaca de la vida, una verdad secreta.” Tiene razón Piglia: es esa iluminación la que termina por dar forma a un cuento. Si éste no consigue iluminar una región oscura de la vida, incluso para oscurecerla aún más, será quizás un buen ejercicio de redacción, pero no merece el nombre de cuento. Para escribir relatos se requiere oficio, disciplina, escribir y reescribir; además, para desgracia de quienes alguna vez lo intentamos o aquellos que lo intentarán, talento. Lo primero se obtiene con el continuo trabajo y fracaso de la escritura; lo segundo, si no estoy mal, por ningún lado. Se requiere una inteligencia especial, la perspicacia y el olfato del narrador, para descubrir una historia sepultada por otra historia. Una imaginación y una actitud despiertas para atrapar aquello que apenas se anuncia o se asoma en nuestra vida cotidiana.

En “Remedios caseros”, por ejemplo, uno de los cuentos reunidos en este libro de Mariel Iribe, se nos cuenta la historia más o menos apacible de una pareja veracruzana, del campo, que un día decide tener un hijo por todos los medios. Como lectores asistimos a lo que podría ser una anécdota trivial acerca de cómo una pareja, en la búsqueda de un embarazo, se entrega a los más diversos remedios caseros, desde tomar una taza de agua con jugo de limón, probar la falsa raíz de unicornio, hasta beber un brebaje con linaza en polvo y té de damiana para fortalecer el útero, en el caso de la mujer. Conforme avanzamos, el relato se desarrolla sin mayores sobresaltos en un ambiente doméstico y campirano de lo más ordinario. Es en el parto donde nos aguarda una sorpresa, el momento en que Mariel, a través de su narrador y de una gran elipsis, nos descubre la otra historia, el desenlace que no esperábamos. La autora puso tal esmero en narrar con detalles, a lo largo del cuento, las preocupaciones más comunes de una pareja, que logra ocultar y luego desocultar al final, con pericia, el otro relato.

Lo mismo ocurre con el cuento “El último intento”, que da nombre al libro. En esta pieza narrativa, una de las más breves e intensas, se describe el cotidiano hastío de una pareja que convive en una extraña y tensa calma. Luego de despertar y levantarse de la cama, el hombre tenía la manía de estornudar chillonamente ocho veces, según las cuentas de su mujer, quien caminaba por la casa contando los molestos estornudos de su esposo. Ella no toleraba el menor atisbo de la luz de la luna y guardaba cada noche bajo la almohada un martillo para clavar trapos en las ventanas, si es que un resplandor osara atravesar por alguna de ellas. Para el marido, el ruido del martillo durante la noche se convirtió en algo intolerable; llevaba años sin dormir bien a causa del infernal golpeteo que se repetía cada madrugada. “Los clavos perforaban su cabeza, el rechinar del catre hacía estragos en el silencio cada vez que ella daba un salto hacia la ventana…”. Apoyados en la voz de un narrador omnisciente, los lectores de pronto estamos inmersos en los recuerdos del marido, y somos testigos de su malestar:

Le era inevitable pensar en sus murmullos. Apenas cruzaba los pasillos, crecía el bullicio de los platos al caer uno sobre otro, y como inmensas marejadas, el ruido se iba adentrando en las paredes de los cuartos. Mientras la contemplaba recostada, casi inconsciente, recordó el escándalo de los engranes del molino; ella se empeñaba en triturar el maíz sin importarle que fuera la hora de su siesta. Siempre al sentarse a la mesa, el ruido le provocaba vértigo y constantes mareos.

Puede decirse que con los años se había incubado un cansancio silencioso, tímido, tolerado, nunca discutido. Un agotamiento que sólo podía crecer con el tiempo. El hombre añoraba la calma, la vida sin ruidos, la posibilidad de oír el paso de una mosca, incluso imaginaba a su mujer muerta, en silencio. Pero cuando se le presenta la oportunidad para deshacerse de ella, machete en mano, renuncia, le perdona la vida. Por cobardía o por lástima, ni él mismo lo sabe.

De nueva cuenta, a lo largo de cinco páginas, mientras se nos narra una primera historia que coloca como protagonista al marido, se va tejiendo con maestría una segunda. Cuando estábamos distraídos en un plano del relato, cuando creíamos que el rencor, el hastío o la intolerancia estaban en una parte, resulta que anidaban, secretamente, en otra. La estrategia narrativa de Mariel Iribe en este cuento, como en “Remedios caseros”, “Cine Veracruz o “Planes de boda”, consiste en narrar puntualmente una historia mientras va construyendo otra sigilosamente, que emerge a la superficie sólo hasta el final. En el último párrafo de este cuento, en sólo seis líneas, la autora logra asestarnos un golpe contundente al hacer aparecer, en un instante, la consumación de esa historia hermética. El epígrafe que nos introduce de manera perfecta a este cuento dice: “Hay hombres honrados que se pasan toda la vida preparando un supremo acto de traición” (Mario Puzo). Y yo digo que hay cuentos que se pasan todas sus páginas preparándonos, a través de un camino lleno de distracciones, para un golpe maestro. Este es uno de ellos.

Los cuentos reunidos en el libro El último intento (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2013), de Mariel Iribe, se desarrollan, casi todos, en espacios tan familiares y reducidos como casas, recámaras o incluso algún departamento. Son historias que han surgido de la escucha y la observación de la vida cotidiana, pero también de la introspección. Imagino a Mariel conversando, atenta a lo que se le cuenta, a sus detalles, pero tramando al mismo tiempo la historia perversa que subyace a esa conversación. Sabe que siempre hay algo que no se dice; y en ese silencio, en esa zona de inefable oscuridad, puede estar el origen de un nuevo cuento.

Los protagonistas de estas historias son personajes ordinarios y agobiados por el peso de la rutina y una de sus nefastas consecuencias: el fastidio. Ambos, la rutina y el fastidio, juegan un rol importante en los relatos de este libro; muchas veces determinante para la trama de los mismos y el comportamiento de los personajes, quienes, para recobrar la libertad perdida o simplemente para volver a sentirse vivos, recurren a la fuga, el embarazo, el asesinato, las fantasías de infidelidad o el sexo con alguna sobrina. Antes que narrar grandes acciones de grandes héroes, Mariel elige pequeñas historias para introducirnos en las tensiones psicológicas y emocionales que experimentan sus personajes como resultado de la relación con sus seres más “queridos”. Por eso el hogar suele constituir su laboratorio narrativo. “La familia puede ser verdadera casa natal o un lívido infierno”, escribe Claudio Magris.

Los criterios, juicios y recomendaciones que expresamos los lectores, coincido con Virginia Woolf, se filtran en el aire y son parte de la atmósfera que respiran los escritores cuando trabajan. Se crea una influencia que los alcanza y los afecta en el modo en que escriben y los temas que desarrollan. La narrativa de Mariel Iribe, como la de todos los cuentistas, debe algo a Chéjov. Pero mientras éste pone el énfasis en la descripción distanciada de sus personajes, cómo aman, se casan, tienen hijos y mueren, Mariel se obstina en traer al frente la vida interior de los mismos: sus conflictos, manías, culpas, alucinaciones, traumas y perversiones, como lo hace Joyce Carol Oates. Si lo más importante es aquello que no se cuenta; si el rumor del silencio es la materia que en verdad moldea a un cuento, entonces los relatos de El último intento, sobre todo por sus estrategias, también son deudores de Ernest Hemingway.

La escritura de estos autores, incluido acaso el realismo doméstico de Margaret Atwood, debió filtrarse en el aire que respiró Mariel mientras escribía estas nueve historias. El último intento es su primer libro de cuentos y nos muestra ya a una escritora con un universo temático más o menos definido, con habilidad en la utilización de diversos enfoques y voces narrativas, con un sentido del suspenso, así como una prosa fluida, sencilla, que ha sido trabajada con la paciencia del que reescribe una y otra vez, cuyo tono siempre está al servicio de sus personajes. Pero lo que más admiro de Mariel Iribe, insisto, y esa cualidad se refleja en este libro, es esa capacidad que tiene como narradora de retorcer una historia, de construir en secreto, bajo la superficie, la verdad de la otra. En el arte del cuento, toda historia esconde otra historia; un cuento siempre será la ausencia de otro cuento.

Viaje alrededor de Gilberto Owen

Conversación con Vicente Quirarte

Mariel Iribe Zenil

Una mañana de 1973, impulsado por el estremecimiento del primer contacto con la poesía de Gilberto Owen, Vicente Quirarte entró en la biblioteca del Colegio de México, buscó las obras del poeta pero sólo encontró que no había más que la edición de 1952.

Lejos de caer en el desanimo, Quirarte encontró refugio en los versos de Sindbad el varado “Si no es amor, ¿qué es esto que me agobia de ternura?”, una poesía difícil, pero al mismo tiempo estimulante, llena de fusiones emotivas, que sin duda, algo tenían que decirle. Así fue como inició el interminable viaje alrededor del equilibrista, del fantasma, de Gilberto Owen.

“Me estremecí muchísimo con su poesía, fue un contacto, me identifiqué, sin duda. Me hiciste recordar cuando estudiaba Letras y busqué la poesía de Owen, pero no encontré lo que esperaba, a lo mejor desde ahí nació la duda. Después, con el paso del tiempo seguí estudiando la carrera. Primero trabajé una tesis sobre Luis Cernuda, en ese entonces, 1978, uno de los poetas de la generación del 27 menos conocido, menos estudiado”.

Tiempo después, Quirarte, poeta, ensayista y narrador, cayó en cuenta de que había dedicado su vida a escribir libros sobre dos poetas, que de algún modo, fueron los poetas malditos de su generación; ambos decidieron alejarse del escaparate literario.

“Owen se dedicó más que nada a vivir, no a hacer carrera literaria como Torres Bodet o Carlos Pellicer. Se dedicó a ser fiel a lo que decía “si he de vivir que sea sin timón y en delirio.” Después me llamó la atención la relación de Owen con Colombia, haberse casado con una colombiana, haber estado ahí de 1932 a 1946, 14 años. Fue una parte muy importante de su vida”, comentó mientras recordaba los primeros momentos, cuando decidió empezar a armar el rompecabezas de la consciencia teológica de los contemporáneos.

A través de los viajes

El desengaño de Rosario

Vicente Quirarte, de regreso en Culiacán después de mucho tiempo – ya no recuerda cuanto- descubre apenas perceptible, las oscuras aguas del río Tamazula. Sonríe sin creer la velocidad del tiempo, pero conserva su postura de hombre formal y se sumerge en los relatos y anécdotas de los muchos viajes a Colombia y Rosario, que dieron forma al libro “Invitación a Gilberto Owen”.

“Fui, precisamente a buscar sus huellas, y esto me ayudó también a tener otra interpretación de él, a verlo desde su vida, a buscar textos que no estaban en la edición de las “Obras” del Fondo. En la primer visita que hice en mi vida fue a Rosario, hice dos viajes”.

-¿Qué es lo que encontraste en El Rosario esa primera vez?

-No, nada, en el primer viaje tuve un gran desengaño. Yo iba con la idea de buscar huellas de Gilberto Owen, pero no, cuando uno se pone a buscar a un fantasma de Owen, va encontrando y formándose una imagen de él. Es decir, Owen y Rosario no tienen nada que ver desde el punto de vista inmediato, como si tiene que ver Pessoa con Lisboa, Kafka con Praga, su presencia está en su vida y en su obra.

Owen nació en Rosario, pero desde muy joven se había ido a hacer su vida fuera de Sinaloa, y para Quirarte, la labor de reunir los pasajes más importantes de su vida, se volvió una tarea difícil, interminable, aún después de que se convenció de que para encontrar la influencia de Rosario en la obra de Owen, no tenía que buscar en esas calles, sino en su poesía.

“Lo maravilloso de Owen es que transforma su ciudad natal en una generación reacia a hablar en primera persona, lo que más asombra es cómo Owen está hablando de sus raíces. Aquella vez iba rumbo a Mazatlán en un viaje de vacaciones, hace muchos años, fue muy poco tiempo, no encontré nada. Todo fue de entrada por salida.

Tiempo después empecé a venir a Culiacán a impartir el taller de creación literaria en DIFOCUR. Entonces ya venía con más calma, más tiempo. Una vez se hizo una mesa redonda sobe Gilberto Owen en Rosario y fue muy interesante porque pude hacer más cosas, como ir al cementerio, ver a los contemporáneos de Owen enterrados, aprender algunas anécdotas de gente mayor que no recordaba a Owen, pero si cosas que habían pasado en su niñez”.

Las visitas a Rosario continuaron, y Quirarte pudo ampliar sus conocimientos, hacer conjeturas, y percibir de una manera distinta, quizá más profunda, su poesía, ya que para el ensayista no hay mejor biografía -sobre todo en el caso de los poetas- que aquella en la que imagina para ver la manera en que su literatura transforma los lugares y les da un sentido diferente.

“También se puede imaginar, es valido”, dice paciente y continúa “Por ejemplo, una cosa es el Marruecos que viven los turistas, y una cosa es el Marruecos que viven los habitantes que ahí nacieron y otro es el Marruecos de la vida de Goytizolo, por eso insisto en que las ciudades, los espacios, son transformados por la literatura”.

-¿Imaginar está en la frontera de inventar?

– El poeta es un fingidor, decía Pessoa ,y fiel a esta idea, Owen también inventaba, se forjaba una historia, lo que se llama vidas imaginarias, por eso la academia estricta no le gusta mucho lo que hago, que invento, pero yo quisiera que el trabajo que hago siempre esté en la frontera de la investigación y las conjeturas. Ahora están las publicaciones más recientes de Jesús Beltrán Cabrera que pretenden demostrar que ni siquiera existió un minero llamado Owen, el padre, entonces el apellido pudo haber sido forjado. No me parece mal, yo creo que lo que es más sorprendente es que Owen haya sido tan fiel a sus raíces y haya forjado una mitología de esos primeros años. El gambusino Rubio, la aparición de Rosario, de esta población mixta entre Mazatlán y Rosario que es “La llama fría”.

Colombia
Los colores de Gómez Jaramillo

Siempre lo había visto -en blanco y negro- en las “Obras” del Fondo de Cultura Económica, pero fue en el viaje a Colombia, en una visita a la casa de la hija de Gilberto Owen, Victoria Salazar, cuando al entrar a la sala lo vio, por primera vez y a color.

Sin embargo, más allá del hallazgo que ahora forma parte importante de la iconografía de Gilberto Owen, a Quirarte le impactaron dos cosas: el descubrir que el mítico retrato existía y el parecido de Victoria y Gilberto con su padre.

“Eso fue lo más emocionante, ver en la sala, el famoso retrato, un retrato que sólo habíamos visto en papel, y verlo ahí, ver que existía fue muy emocionante. Su hija me permitió tomar fotografías, ella era parecida al padre y después conocí a su hijo que también es muy parecido a Owen, tiene la edad que no alcanzó Owen, muy parecido, pero más alto, muy formal y muy serio.

Ahora recuerdo una anécdota de un amigo que fue a Chile a la casa de Vicente Huidobro y le dijeron “Ahorita viene a saludarlo el señor Vicente Huidobro” y salió el hijo, y para él fue un gran impacto. Fue algo parecido”, comentó mostrando apenas una ligera sonrisa.

Pero el encuentro con Victoria Salazar no fue el único, ni el más interesante, Vicente Quirarte, que poco a poco empezaba a comprender y a ver con más claridad la obra de aquél fantasma, se encontró de pronto y por casualidad, frente a Blanca Margarita Guerra Estrada, sobrina de Owen, quien no sólo le enseñó el álbum fotográfico de la familia (el poeta de niño, el poeta con ella, el poeta con su madre), sino también, le dio información que sin ella jamás se hubiera podido conocer.

“Ahora veo todo de otra forma, ahora entiendo muchas cosas que antes quizá no. También, tiempo después, en una mesa redonda sobre Owen, tuve una gran fortuna. De pronto entre la gente se levantó una señora rubia de ojos azules, muy intensos y dijo: “Les agradezco mucho todo lo que han dicho de Gilberto Owen, un poeta muy olvidado, porque yo soy la sobrina de Gilberto Owen”. Ahí estaba Blanca Margarita Guerra Estrada. Claro, me lancé sobre ella”.

Gracias al encuentro con Blanca Guerra, no sólo se logró publicar iconografía inédita de Owen, sino que después de observar una foto donde el poeta posaba con su sobrina en un parque de Xochimilco en 1943, Quirarte nunca pensó que encontraría una historia, la historia de la protagonista de “El libro de Ruth”.

“El libro de Ruth apareció en 1944, Owen llegó a México en 1942, y al estar viendo esas fotos, vi una donde estaba ella de 18 años y el tío con un traje blanco la está sosteniendo por la cintura en un parque. Entonces yo le comenté que no parecían primos en la foto, más bien parecían novios, y me dice: bueno, es que no sólo parecíamos”. Al examinar el poema, obviamente se está hablando de un incesto. Sin embargo, conocer a la protagonista del poema fue impresionante”, dice y aún se humedecen, ligeramente, los ojos.

-¿Te contó alguna otra anécdota que ahora te ayude a comprender mejor su poesía?

– Me contó una anécdota. Me dijo que habían encontrado a un borrachito tirado en la calle y que él (Owen) sacó un billete y se lo metió en la bolsa de la camisa, pensando en lo contento que iba a estar al día siguiente cuando despertara. Esto, todo esto te lleva a leer de otro modo su poesía, por ejemplo cuando dice:

Ese ángel de la guarda que se duerme borracho, mientras allí a la vuelta matan a su pupilo:
¿Qué va a llevar más que el puñal del grito último de su Amo?
¿Qué va a mentir?

Podemos entender el poema, pero después de tener más datos es como leer un tejido de su vida. Si, y definitivamente entender y leer a Owen se ha convertido en algo personal, algo importante.

– Me imagino que después de estudiar a dos poetas como son Luis Cernuda y Owen, sin duda algo debe de haber que te ata al pasado y por ende a la investigación.

-Bueno si, mi padre era historiador y mi primer contacto formal con la escritura fue con la historia, y me acuerdo que cuando estaba chico, en quinto de primaria, me dijo que antes de ir a jugar, todos los días, tenía que leer un libro de historia y hacer un resumen de lo que más me acordara. Fue una disciplina maravillosa. La historia siempre me ha apasionado, ver la relación entre la vida y la obra.

-Después de haber buscado la huella de Owen durante tantos años, de haber descubierto episodios claves en la vida del poeta, ¿de qué instante, pasaje de la vida de Gilberto Owen le hubiera gustado ser testigo?

-Yo creo que… qué bonita pregunta… en el periodo que va de 1923 a 1928 porque él llega a México con una mano adelante y otra atrás y en cinco años aprende a tocar todos los instrumentos, escribe poemas en prosa, escribe un libro “Desvelo”, traduce, monta obras de teatro, es actor del teatro de Ulises, todo lo hace.

Pensando en un momento, sería cuando se enamora de Clementina Otero, y he estado vinculado en dos proyectos que tienen relación con eso. En la edición de las cartas a Clementina Otero, en Siglo XXI. Trabajé con la hija de Clementina, las ordenamos, y fue como estar tocando a la musa de Owen, ver las cartas me resultó muy conmovedor, y todo lo que estaba viviendo, se reflejaba en lo que escribía. Al final del libro de Ruth, cuando el amor ya no puede ser, cuando se tiene que ir, dice:

Ya me voy con mi muerte de música a otra parte.
Ya no me vivo en ti. Mi noche es alta y mía.

Es el mismo tono amoroso de las cartas, y también cuando en Sindbad el Varado:

Tal vez mañana el sol en mis ojos sin nadie,
Tal vez mañana el sol,
Tal vez mañana,
Tal vez.

Pero Quirarte sonríe y acepta que, tal y como lo cuenta en “Invitación a Gilberto Owen, hasta ahora y después de los viajes en busca de alguien que pueda darle alguna pista sobre el poeta, aún queda la duda en el aire, aún siente la angustia de la incertidumbre.

“A mi y a mi mujer se nos ocurrió traer la guija y preguntarle sobre Owen, y le pregunté ¿a quién amó más Gilberto Owen? Yo quería saber cuál era la mujer, y la guija escribió, tramposamente, poesía”.